Un estudio realizado por la Universidad Católica para la Cámara Chilena de la Construcción, concluyó que en el Gran Santiago quedan sólo 1.893 hectáreas para crecer en extensión. La medición consideró algunas exigencias especiales, como que los terrenos tuvieran factibilidad sanitaria, más de 20.000 m2 de superficie o densidades de […]
Un estudio realizado por la Universidad Católica para la Cámara Chilena de la Construcción, concluyó que en el Gran Santiago quedan sólo 1.893 hectáreas para crecer en extensión. La medición consideró algunas exigencias especiales, como que los terrenos tuvieran factibilidad sanitaria, más de 20.000 m2 de superficie o densidades de 200 habitantes por hectárea. Si se omiten estos filtros, la disponibilidad sube a 6.400 hectáreas, pero sigue siendo baja para una ciudad de casi siete millones de habitantes.
Es primera vez que Santiago presenta tan poco espacio para crecer y sus efectos ya se notan. La escasez de terrenos, sumada a la congestión y la reducción del tamaño del hogar, han elevado la demanda por departamentos y casas usadas, cambiando el patrón de crecimiento de la capital. Como señalé en otra columna publicada en La Tercera, la periferia ha perdido relevancia y se ha incentivado un desarrollo hacia comunas centrales, conocido como infilling o compactación urbana.
Por años se pensó que este modelo sería más favorable que la expansión tipo “mancha de aceite” y por ello algunos expertos aplauden que Santiago se quede sin suelo. Sin embargo, muchos beneficios asociados a esa “ciudad compacta” han demostrado ser una completa fantasía. Desde luego, Santiago no ha detenido su crecimiento. Sigue concentrando el 40% de la población y cada año agrega 65 mil habitantes, ya que la disponibilidad de terrenos no incide en la fecundidad, ni la generación de empleo.
También se afirmaba que la congestión vehicular bajaría densificando Santiago, pero ha ocurrido justo lo contrario. Pese a que el consumo de suelo cayó de 900 a 320 hectáreas por año entre 2002 y 2011, los tacos se dispararon, ya que se explican por el aumento del ingreso y el fracaso del Transantiago, y no por el tamaño del radio urbano. Tampoco terminó la perniciosa especulación inmobiliaria. Sólo cambió de lugar: ya no se produce en la periferia, sino que en barrios consolidados, cuyos propietarios perciben enormes rentas por cambiar la altura de edificación o el uso del suelo de sus predios.
Además, han surgido nuevos problemas que nunca anticiparon los defensores acérrimos de la ciudad compacta. Uno es el preocupante aumento de la segregación en comunas populares que paradojalmente son extraordinariamente densas. Otro es el impacto generado por edificios en altura en barrios patrimoniales, los conflictos ciudadanos para frenar estos proyectos o la tugurización de grandes torres emplazadas en calles estrechas que seguramente se transformarán en guetos verticales en 30 años más.
Casi sin suelo para crecer y con tendencia hacia la compactación, Santiago presenta los mismos dramas atribuidos a la mancha de aceite. Esto demuestra el error de cifrar males o esperanzas en un modelo físico de crecimiento denso, largo o extenso. La solución es mejorar la capacidad de planificación y contar con un gobierno metropolitano que materialice proyectos postergados en transporte, áreas verdes o equipamientos. Es hora de mirar hacia estas soluciones y que el tamaño del radio urbano deje de monopolizar el debate, como ha ocurrido en los últimos 30 años.