Muchos académicos siguen transmitiendo con la expansión descontrolada, siendo que la evidencia apunta en sentido contrario. En casi todas las publicaciones que existen sobre Santiago, se suele argumentar que nuestra ciudad se expande descontroladamente, como una «mancha de aceite» que arrasa con campos, aeródromos o valiosas tierras agrícolas. Para empeorar […]
Muchos académicos siguen transmitiendo con la expansión descontrolada, siendo que la evidencia apunta en sentido contrario.
En casi todas las publicaciones que existen sobre Santiago, se suele argumentar que nuestra ciudad se expande descontroladamente, como una «mancha de aceite» que arrasa con campos, aeródromos o valiosas tierras agrícolas. Para empeorar el panorama, algunos expertos señalan que este patrón se consolidará en el futuro, cuando las familias aumenten su ingreso y puedan comprar casas con terrenos más grandes, lo que podría duplicar el tamaño actual de la metrópoli.Claro que nada de ello ocurrirá según el Precenso 2011 elaborado por el INE y donde se evidencia un crecimiento importante de las comunas centrales en desmedro de las ubicadas en la periferia. En efecto, si entre 1992 y 2002 los municipios localizados al interior de Américo Vespucio captaron sólo el 9% de las viviendas nuevas, en los últimos nueve años su participación subió más de cuatro veces, llegando a 38% y a un 44% si se suman Las Condes y Vitacura, que ya forman parte del área central.
La demostración más palpable del derrumbe de la tesis de la «mancha de aceite» es la comuna de Santiago, que no sólo lidera el ranking nacional con 67.000 nuevas viviendas, sino que triplica el crecimiento de territorios emblemáticos de la periferia como Puente Alto o Maipú. Y lo mismo ocurre con Ñuñoa, Providencia y Recoleta, que increíblemente sumaron más viviendas nuevas que Quilicura, La Florida y San Bernardo.
Existen varios factores para explicar este cambio de tendencia, conocido como «infilling» o crecimiento hacia dentro. En primer lugar, la mitad de la demanda está formada por familias de tres integrantes, personas solas, o parejas sin hijos, para quienes la casa con patio no es una opción atractiva. Y para el resto, la idea de migrar a la periferia se ve amenazada por una congestión creciente o la falta de colegios y servicios. A ello se suma la escasez de terrenos disponibles y la disminución de los programas de vivienda social que fueron el principal motor del crecimiento periférico.
La expansión no se termina con el infilling, pero deja de ser la modalidad preferente de crecimiento de Santiago, lo que es inédito en su historia reciente. Pese a ello, muchos académicos siguen transmitiendo con la expansión descontrolada, la ciudad dispersa y otros conceptos similares, siendo que la evidencia empírica apunta en sentido contrario. Y no se trata solamente del precenso; hace años que las estadísticas de venta de viviendas muestran un claro predominio de los departamentos por sobre las casas, y un aumento en la compra de unidades usadas, lo que explica las plusvalías observadas en barrios centrales de Ñuñoa, La Florida o Vitacura.
Con el infilling no se terminan los problemas del crecimiento urbano, aunque sí debieran cambiar las prioridades para su solución. El desafío ya no será detener la mancha de aceite o preservar suelos agrícolas, sino que resolver cómo y dónde se ubicarán los 600 mil departamentos que debieran construirse en los próximos 20 años si las tendencias del precenso se mantienen. Este desafío es gigantesco si pensamos los conflictos ciudadanos que generan estas torres y que han frenado las modificaciones de varios planes reguladores.